Un cordel de diez mil kilómetros de longitud
Tuve la suerte de conocer al artista uruguayo Rodolfo Torres hace varios años. Tenia de él las referencias que me había dado Antoni Miró en una de nuestras largas conversaciones nocturnas en su estudio del Mas Sopalmo, cerca de Alcoi. Cuando le preguntaba por sus exposiciones en Uruguay, de la difusión de su obra en aquellas latitudes y de cómo habia iniciado esa amistad tan entrañable en el hemisferio sur, me hablaba del famoso «Gaucho» de Santa Lucía, de una larga relación epistolar, de intercambio de obras y del famoso «mail art» que tan de moda se puso hace décadas entre los artistas para conocerse, exponer en otros ámbitos y romper barreras comerciales y que, en este caso, les llevó a una profunda amistad personal además de artística.
Me sorprendió que no se conocieran personalmente, que nunca hubiesen coincidido pero que hablará de él con gran familiaridad y, ante mi extrañeza, me mostró un par de cajas repletas de cartas, escritas a mano, (las recibidas en España de puño y letra de Rodolfo) producto de una extensa correspondencia de dos largas décadas y propia de otro siglo por su profusión. Imaginaba otro tanto escrito por Antoni Miró en poder del «Gaucho» santalucense.
Como colaborador de Miró, realizando audiovisuales de su trabajo, dando difusión a sus exposiciones y actos en las redes, me puse en contacto con Rodolfo Torres para coordinar todo lo que se organizaba en Uruguay y que tuviese un reflejo mediático también aqui en España. Además de coincidir en nuestros apellidos y en la amistad y admiración hacia el artista alcoyano (ya teniamos nuestros primeros «puentes y cordeles» tendidos) de inmediato también comenzamos a intercambiar información de todo tipo de acá para allá y viceversa. Pronto descubrí a un auténtico dinamizador cultural que recogía cada idea lanzada y miraba el modo de poder aplicarlo en su entorno. Conocí la gran actividad de los Tendales, de las exposiciones en el Vivero Montes, en Quinta Capurro, en escenarios impensables y olvidados en el ordenado y estructurado mundo cultural europeo; los veranos (inviernos aqui en España) de una gran actividad que les llevaba hasta Piriápolis y otros lugares y de cómo el arte y los artistas rompen barreras cuando no hay galerías o salas cercanas para mostrar sus obras.
El siguiente paso fué el anuncio que nos hacía Rodolfo de visitar España y, por supuesto, Alcoi y el estudio de Miró. Era el momento de hacer realidad el encuentro (aunque éste ya se habia producido, sobre papel y tinta, muchos años antes). Fue en octubre de 2017. Llegó de noche a Alicante desde Madrid y ya le esperábamos Antoni Miró, su mujer Sofia y yo. Saludos, un gran abrazo y mucha emoción. A ese instante responde la fotografía situada unas lineas más arriba y que tuve el placer de realizar. Era el primer viaje del artista santalucense a tierras valencianas. Con el tiempo se repetiría la grata experiencia. Tras unos días de estancia en el Mas Sopalmo, me ofrecí a acompañarlo por los diferentes rincones de la geografía valenciana, además de visitar museos, monumentos y de mostrarle paisajes que pronto descubrí inusuales para un visitante uruguayo, sobre todo, por muchos de nuestros pueblos, tan distintos (apiñados en las rocas y valles) y de las montañas, ya que la propia autovía del puerto de Albaida, con 600 metros, supera el cerro más alto de Uruguay. Atravesamos provincia y comarcas y me preguntaba sin cesar por la antiguedad de aquella torre o del castillo, sorprendido por los siglos que nos rodeaban.
Me convertí en el acompañante privilegiado de un creador y gran activista cultural y, conversando, descubrí las semejanzas de ambos artistas, tan próximos en edad: al igual que Miró, Torres comenzó muy pronto su vocación, autodidacta pero firme, y también fundó un grupo artístico, promovía actos y exposiciones y encuentros de todo tipo, no sólo propias sino también de otros autores, donde la música, la lectura y el arte confluyen, como suele suceder en Alcoi. También les une, a ambos artistas, una permanente curiosidad por las cosas nuevas y el interés por lo que vendrá. En nuestras rutas hablamos de pintura, cultura, política, de economía y transformación, de paisajes y de ecología y hasta de gastronomía, y recorrimos muchos kilómetros visitando diversas localidades y ciudades en lo que nos permitió el tiempo en aquellas semanas.
Con su pequeña cámara siempre en la mano iba fotografiando todo lo que encontraba a su paso: «me van a preguntar en Santa Lucía por lo que he visitado» me decía. En Valencia no dejamos espacio cultural por ver y recorrer. Hasta el balcón de la casa consistorial, de su Ayuntamiento, donde le pude hacer esta instantánea fotografiando una plaza entonces con circulación y hoy peatonal. Y, al hacer de guía de mis espacios cotidianos, con las preguntas de Rodolfo, aprendí a volver a reconocer los lugares, bajo su visión, que -por habituales- no apreciaba en todo su valor. Coincidimos con músicos y festivales, con Joan Blau y sus magistrales actuaciones en Benimaclet, en el escenario y fuera de él. Rodolfo Torres fotografió cada instante, andando y en los museos, desde obras de Velázquez y Goya hasta graffitis en callejuelas y rincones. Irreligioso como la mayoría de uruguayos (es el país menos cristiano de América Latina) no quiso visitar ningún espacio de culto, por muy antiguo que fuera. Y, entre tanta visita, aún le dió tiempo a crear, a concentrarse y trabajar en sus collages, a conversar con Miró por las noches y, por supuesto, a asistir y presentar una exposición con sus obras en Alcoi bajo el nombre de «L’home que fa en el sud» (el hombre que trabaja en el sur) que recibió una gran acogida en la capital alcoyana.
Sin darnos cuenta, habíamos tendido un puente, una línea sobre otra ya creada, un cordel de diez mil kilómetros de longitud, de más de seis mil millas, que son las que separan Alcoi y València de Santa Lucía, en el Departamento de Canelones, en Uruguay.
Volvió al sur y prometió nueva visita y, ésta, al año siguiente, ya la organizamos con varias exposiciones de sus obras por diversas comarcas valencianas. Viajamos al Museo de Títeres de Albaida (donde tiene obra expuesta) y lugares que muchos valencianos ni siquiera conocen y son de obligada visita como Millares, Otos y sus relojes de sol, Carricola y la visita al estudio del pintor Miguel Ferri… En los que amigos y artistas nos ayudaron a buscar espacios para los tendales (gracias Tino Plà y Trini Martínez) recorriendo también los itinerarios de las obras de Miró, desde el Museo de Villafamés a las calles de Altea. Me descubrió la sencillez y fuerza de los tendales, del simple acto de «colgar» las obras en un cordel, con pinzas de tender la ropa, en una calle, plaza o rincón, entre árboles o farolas, pero próximas a la gente. La misma cuerda con la que Miró y el grupo Alcoiart exponia sus obras en el parisino barrio de Montmartre a finales de los años 60. La solución no es nueva, sólo está olvidada y, en este caso, potenciada.
Los collages de Rodolfo Torres recorrieron el País Valenciano y, entre arte y paisaje, aprovechamos para saludar (él) y conocer (yo) a amigos de Santa Lucía que viven aquí en España. Así, ampliamos nuestro recorrido visitando otras ciudades como Gandia, Ontinyent, Alicante, Elche, Castellón y Cuenca que tanto le sorprendió; y Rodolfo seguía tomando centenares de fotografias para mostrar en Santa Lucía. Creo que los amigos de allá ya me conocen como yo a ellos, aunque nos separe esa cuerda de diez mil kilómetros tendida, como les sucedió al «Gaucho» y a Miró durante veinte años o más.
En el camino, tendiendo ese cordel, hablamos e intercambiamos biografias necesarias, como la de Victoriano Pérez, el asturiano pionero de la fotografía en Uruguay, de Joaquín Torres García, de Eusebio Sempere y Juana Francés (tras la visita al MACA) y de otros muchos autores, de llevar allá la idea de los relojes de sol , de Pepe Mujica y sus múltiples discursos, de las papeleras finlandesas que contaminan el rio Uruguay e incluso de Margarita Xirgu. Aprovechamos al máximo las horas para ver cosas y las comidas para probar sabores (preferentemente en las terrazas, «un lujo -decia- que allá no es posible disfrutar»). Reconocía platos de aquí que -comentaba- eran iguales allí con otro nombre o algún que otro ingrediente local cambiado por la necesidad de la latitud: «recuerde, todo es igual o muy parecido, nosotros somos ustedes allá». En casa ya era uno más y nos guisó un escabeche y probó arroces sin rechistar. València lo acogió y allí, a través de Elena, conoció a Rosario, responsable de la Asociación Candombe, con sede en la capital valenciana. Fruto del trabajo conjunto de ambas se ha abierto una vía de relación y colaboración con el artista santalucense y se han realizado varios actos, exponiendo y explicando su obra, realizando talleres y la puesta en marcha de un nuevo proyecto cultural. Mientras tanto, Rodolfo, docente también, ya ha construido en un centro escolar su primer reloj de sol junto a sus alumnos. Ideas que viajan en doble dirección.
En esos diez mil (cercanos) kilómetros de distancia vividos dejo muchas cosas por contar del camino, breve pero muy intenso, en lo personal y artístico (espero que el artista me disculpe por omitirlas). Queda pendiente un tercer viaje del «Gaucho» santalucense a España y una nueva lista de lugares por descubrir. También de un primer viaje personal ahí.
Escribo estas líneas con motivo de la exposición que, estos próximos dias, 12 y 13 de septiembre de 2020, me anuncia Rodolfo -jubilado hace pocos meses- presenta en su ciudad natal. Son sus collages más recientes y él insiste y sigue sin dejar de crear, de producir, de trabajar en su mesa, con su pequeña tijera y su barra de pegar; prosigue sin dejar de sorprendernos con sus líneas, sus espacios, sus figuras, sus colores o la ausencia de ellos. «Cordeles» en el Centro Comercial e industrial de Santa Lucía. Vayan y asistan. Visítenla por mi, por los amigos que estamos aquí y no podemos acudir allá, al final del puente, de ese cordel tendido de diez mil kilómetros de longitud.
Torres, E. (9 de septiembre de 2020). Un cordel de diez mil kilómetros de longitud. Linkedin.